Mirada restaurativa para construir relaciones de escucha y respeto

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Laura López Cordero. Orientadora educativa, referente de 3º y 4º de ESO en el “Institut Ca N’Oriac” (Sabadell).

Entre las personas, establecer vínculos y mantenerlos no es fácil. Aprendemos, inevitablemente, atravesando desacuerdos y conflictos. Sin embargo, también aprendemos experimentando el placer de ser escuchadas, conviviendo en paz, participando activamente de procesos de decisión y teniendo modelos de comunicación basados en el reconocimiento de las propias necesidades y las de quienes tenemos delante.

Aunque en el ámbito educativo llevamos años hablando de educación emocional o entrenamiento de las habilidades sociales y las programaciones incluyen, cada vez más, conceptos como diálogo, perspectiva de género o bienestar emocional, las situaciones de malestar, los malentendidos o el acoso siguen estando presentes en las aulas, en la calle y en los medios de comunicación y las redes sociales.

No puedo ni quiero imaginar un mundo en el que las personas no dependan unas de otras. No podemos existir en un mundo sin interdependencia (también entre especies). Las demás.

Necesitamos herramientas y estrategias para descubrir a las demás, establecer relaciones de cariño, entendernos y, en su caso, cooperar. Pero herramientas y estrategias no bastan, es necesario un cambio de mirada, hay que apostar por la creencia profunda de que todas las identidades merecen reconocimiento y respeto.

Trabajar con mirada restaurativa es agradable y efectivo

Como docente, como hija, hermana, madre, o amiga, hace tiempo que me doy cuenta de que detenerse para escuchar plenamente a quien tienes delante es una de las claves de una buena relación. Si nos situamos delante de alguien y dejamos a un lado los propios prejuicios para escuchar la voz de este y dar valor a sus intereses y necesidades las posibilidades de comprendernos y resolver problemas se multiplican.

Hago de orientadora en secundaria, acompaño situaciones de conflicto, desacuerdos y violencia a menudo. Malestares pequeños y grandes, individuales y grupales, de todo tipo y, en el fondo, parecidas. Es muy satisfactorio ver cómo alumnos que antes han tenido un enfrentamiento o se han hecho daño consiguen, con apoyo, establecer diálogos que les acerquen y hacer pequeñas las barreras que antes les parecían insalvables.

Trabajo en un instituto que ha apostado por un tipo de organización que promueve la participación, la toma de decisiones conjunta, los espacios de trabajo cooperativo y el diálogo para afrontar las controversias, tanto entre las docentes como entre el alumnado. Y se nota en el ambiente. Hay espacio por construir.

Los círculos de palabra, las conversaciones restaurativas informales y las dinámicas para mejorar el vínculo y el clima en el aula son una realidad cotidiana que nos ayuda a fomentar un modelo de relaciones basadas en el respeto. No es infalible ni es excluyente de otras medidas que, en ocasiones, son necesarias pero es agradable trabajar así.

Pero entonces, ¿cómo miramos los conflictos y la disrupción?

Una alumna quita material a otra. Y la insulta, en voz baja, por el pasillo, entre clases. ¿La advertimos, avisamos a su familia y la dejamos sin excursión?

Un grupo de chicos y chicas echan a otros de un banco del patio, porque es suyo, porque es donde siempre se han sentado.

Hay alguien, en clase, a quien nunca elige nadie para realizar trabajos ni equipos en educación física.

Puedo hacer una lista eterna de situaciones que piden a gritos que escuchemos qué pasa y demos voz a quienes no la tienen o no se les oye. Todas las partes deben estar involucradas en el proceso. Debemos trabajar el reconocimiento de las propias conductas y de cómo impactan en los demás.

A menudo recurrimos al castigo porque es lo que mejor conocemos. Si bien las acciones deben tener consecuencias, cuando la principal herramienta es la punición alimentamos la mentira o simplemente, nos atascamos.

Hay que poner límites a las conductas que duelen y garantizar la seguridad a todo el que convive en un centro. También es necesario dar la oportunidad a las personas implicadas en un conflicto de construir una nueva relación en la que todo el mundo gana.

El enfoque restaurativo supone que todo el que está implicado en un incidente se responsabilice de las propias acciones, se centra en reparar los daños causados y considerar las necesidades de cada persona, involucrándolas a todas, las afectadas, las que hacen algo que daña y quien les rodea: compañeros, testigos, comunidad.

El enfoque restaurativo en la cotidianidad del aula (o el patio)

Hace unos días pasé los veinte minutos que dura un patio sentada en un banco sombrío. El día antes, unas alumnas se habían quejado de que alumnos más mayores les habían molestado moviendo contenedores de basura y escupiendo, con elegancia y sutileza las echaban porque consideraban que el banco era suyo.

Sentada en el banco confirmé el alto sentido de la propiedad que estos alumnos más mayores habían desarrollado en relación con el mobiliario. También comprobé que a mí no me trataron como a las chicas… las relaciones de poder, ¿eh? No tuve que alzar la voz ni hacer ningún aviso, pero soy la profe.

Podríamos castigar y basta. Y castigar una y otra vez pero, si no hacemos nada más, cada vez que yo no esté en el banco y nadie los vea, puede que vuelvan a escupir y mover contenedores para marcar territorio.

Así pues, deberemos hablar de ello. Con las afectadas, con quienes abusan de la posición de poder que les otorga ser mayores y tener actitudes agresivas, con los compañeros y compañeras que lo ven de lejos y se incomodan… y con las familias y con el resto de docentes.

Tutores y tutoras de seguimiento, orientadoras y un técnico de integración social, haciendo equipo, recogeremos información y planificaremos espacios para escuchar la voz de todos y empoderar a quienes callan. Entrevistas de pequeño formato, conversaciones informales para realizar seguimiento y círculos de palabra a tutoría serán algunas herramientas que permitirán que se puedan confrontar las actitudes que causan malestar y llegar a acuerdos. Y romper roles y aprender a convivir de forma respetuosa y amable.

Entender la diferencia como un enriquecimiento y el conflicto como una oportunidad nos permite avanzar hacia un modelo de convivencia que tiene por objetivo no dejar a nadie en los márgenes y equilibrar las relaciones de poder que se establecen entre las personas, generando así espacios inclusivos y seguros para todos.

En círculo

Reunirse en círculo con otras personas para hablar es un acto profundamente democrático y revolucionario. La disposición en círculo facilita el reconocimiento de los demás y la participación de todos. Declaramos que todas tenemos el mismo derecho a ser escuchadas y a las docentes nos resulta más fácil dinamizar una participación equilibrada.

La distribución del profesorado cuando se reúne o de los alumnos en el aula en forma de círculo o corro debe estar más presente cada vez si queremos integrar esta mirada restaurativa. En tutoría, en clase de lenguas, de STEAM; por conocernos, por comentar problemas de mates, por valorar el trimestre, por acompañar el duelo; para una reunión de claustro o de nivel.

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Empezar con un pequeño gesto y no desfallecer

Podemos empezar entrenando la estrategia de Comunicación No Violenta y aplicándola en nuestras interacciones con compañeros docentes o con el alumnado. O incluso entrenar con los alumnos de secundaria.

Quizás nos va bien descubrir la propuesta de Provención que nos hace la Escuela de Cultura de Paz de la UAB , un abordaje de las relaciones basado en proveer a la comunidad para afrontar los conflictos y vivirlos de manera constructiva y saludable. Podéis hacer el chafardero con el Manual de las 4 Matrioshkas para entendernos mejor de Àlex Carrascosa, vinculado a Gernika Gogoratuz. O atreverse con otra propuesta de la Escuela de Cultura de Paz, Educar para el diálogo controvertido.

Sea como fuere, para integrar la mirada restaurativa en el centro, el primer cambio debemos hacerlo los y las docentes. Revisamos cómo nos comunicamos y organizamos y aplicamos la propuesta en nosotros, las adultas. Cultivamos un buen vínculo entre las personas que formamos el claustro y trabajamos cooperando. Revisamos programaciones y aplicamos la restaurativa y todas las herramientas que nos propone. Formémonos.

A partir de aquí, practiquemos, seamos modelos y entrenemos a los niños y jóvenes a relacionarse de una forma respetuosa y enriquecedora por todas. Esto requiere detener el tiempo y romper el ritmo, pero vale la pena.

La clave es la escucha. Promovamos espacios de escucha. Potenciemos la participación de todos. Apoyemos al que se queda en los márgenes, rompamos las dinámicas de protagonismo y poder. Mirémonos a los ojos y reconozcámonos.